El orgullo al revés.

A la gente no le gusta reconocer al «efecto placebo». Es como si fuera admitir dejarse engañar. Como si tuvieran miedo de ser engañados por un mago. Prefieren teorías «pseudo-científicas» (homeopatía, ciropráctica, reiki, tarot, astrología, …) para explicar sus experiencias.

En realidad, no hay nada vergonzoso en el efecto placebo. Cuando tienes un pequeño dolor de cabeza a menudo ayuda cerrar los ojos, respirar profundamente y tranquilamente, poner la mano en el frente y pensar en algo relajante.

En realidad, el efecto placebo es mucho más  sútil que esto.
El efecto se puede manifestar en dos maneras:
– Por creer que un medicamiento funciona, alguien ya se siente mejor, lo que ayuda al proceso de mejorarse
– Muchos enfermedades (dolores de cabeza, insomnia, resfriado) ya se cura automáticamente, con el tiempo. Así que aunque parezca que ha sido por uno u otro medicamiento que se haya tomado, en realidad, la mejora es simplemente por el pasar de tiempo.

La ironía es que la gente prefiere dejarse engañar por esos pseudo-teorías, ni verificadas ni consistentes, en vez de admitir que les ha funcionado el efecto placebo. Es el orgullo al revés. Por miedo de parecer tontos por creer en los magos, creen en los brujos.

Dos cuentos de trenes

 

1. El tren que siempre llegó

Nunca deja de quejarse de lo que más echa de menos de su ciudad de origen. En la red de metro allí, había una linea que sólo tenía una sola parada. El tren se quedó continuamente en esta parada y la gente entraban, se sentían y luego salieron cuando el tren había llegado, que era siempre. Sus amigos y él usaron este tren frecuentamente. Ahora, no obstante, en la ciudad donde vive, la gente se harta bastante de oírle hablar sobre esto sin parar.

2. Trabajando en las estaciones de trenes.

Era un ladron maestro con una sola especialización: sentarse en una estación de trenes, con un aspecto respetable y de confianza, y esperar hasta que alguien le pidiera que vigilara su equipaje mientras fuera a los aseos, y entonces robar dicho equipaje. Como era un estilo de robar tan particular, en realidad sólo lo consiguió una vez en su vida entera. Bueno, quizás dos, pero la segunda vez era porque le dejaron, por lástima.